Estos son tiempos duros. Nubarrones de cambios convulsionan la vida del pueblo libanés y conmocionan a los cristianos residentes en los barrios desfavorecidos, que están en shock, agotados, desanimados, incluso desesperados. Caminan por las calles en busca de alguien que les guíe hacia una puerta de salvación mientras sostienen discretamente un rosario y le rezan a la Virgen María.

A María, tan cercana que forma parte de nuestra vida cotidiana, se la invoca con todo tipo de nombres: Nuestra Señora del Camino, Nuestra Señora del Pozo, Nuestra Señora de las Semillas, Nuestra Señora del Monte, Nuestra Señora de la Puerta, Nuestra Señora del Líbano, de Zahlé, de Maghdouché… Todo el país está consagrado al Corazón de María y al Corazón de su Hijo.

En la contemplación del Inmaculado Corazón de María encontramos luz, fuerza, valor y consuelo en estos tiempos insólitos. Al igual que nosotros ahora, también ella experimentó grandes cambios desde su juventud, y con el corazón abierto aceptó lo que trastocó su vida: las contradicciones, los enigmas, la incomprensión. Ella permaneció a la escucha del Espíritu y se mantuvo maleable y receptiva para poder dar vida a Jesús. Su corazón y su mirada permanecen fijos en él.

Su actitud de sencillez y permeabilidad a la gracia nos inspira en medio de acontecimientos que destruyen nuestros proyectos de vida y que hacen hervir la ira en nuestros corazones. María nos anima a escuchar a los demás con paciencia y buena voluntad. Cuando todas las mañanas veo a los enfermos desfilar por la puerta del dispensario con lágrimas en los ojos, preocupados, confusos y desesperados, invoco al Corazón de María para ser capaz de escuchar, de comprender, de acoger, de aconsejar. Mientras la necesidad de la gente crece cada vez más, yo me dirijo a María e invoco su corazón bondadoso; y la contemplo en Caná, dispuesta a servir, a infundir alegría y a confiar en su Hijo.

María nos guía en nuestras elecciones y decisiones. Aquí, cada día la situación cambia: no hay electricidad, no hay agua, no hay pan, no hay medicamentos, no hay atención médica, no hay leche para bebés, los ancianos son abandonados… ¿Qué hacer? Oigo cómo la Virgen María le susurra al oído a Jesús: “No tienen vino ni agua ni electricidad. Ya no sienten alegría ni tienen fuerzas para luchar, están doblegados bajo el peso del mal… y Jesús actúa. Ante tanta injusticia y opresión, ante las graves consecuencias de la corrupción, ante la mácula del egoísmo y de la indiferencia, el corazón puro de la Virgen ilumina la oscuridad y nos inspira, fortalece, calma y anima a luchar contra el mal dentro de nosotros y a nuestro alrededor. Ella permaneció al pie de la cruz y saboreó la alegría del triunfo sobre la muerte. Con ella, esperamos recibir al Espíritu Santo para continuar el camino de la renovación de nuestro corazón y nuestra sociedad. Su corazón puro le hizo ver la victoria del amor sobre tanto odio y tanta violencia.

¡Cuán heridos están los corazones de las personas que cruzan el umbral de nuestro dispensario! ¡Qué desgarramiento! ¡Cuántos gemidos! Pero también ¡cuánta fe, cuánta fuerza, cuánto perdón y misericordia! ¡Cuántos donativos! ¡Cuántos favores! Cuánto se comparte… la Virgen María está presente, su corazón tierno y misericordioso se alegra de acoger y consolar a los hombres. Ella nos toma de la mano y nos lleva junto a su Hijo. La Inmaculada santifica todo lo que toca: santifica el tiempo y santifica el trabajo. Hay días en los que parece que nos esforzamos en vano, que el tiempo pasa sin resultado. Entonces, nos volvemos hacia María y la contemplamos: es tranquila, alegre, activa, emprendedora, servicial y discreta. Ella transforma nuestros esfuerzos en ofrenda desinteresada y hace fructificar nuestros esfuerzos.

María guardaba todo en su corazón. Por la noche, cuando regreso a casa y a mi ser, cargada de tantas miradas, palabras y silencios, deposito los lamentos, los gemidos, la fe, la confianza y la esperanza de esas personas ante el Corazón puro de María y de allí saco valor, paciencia, perseverancia y apego a su Hijo.

María se estremece de alegría. En el dispensario se presentan numerosas oportunidades para sentir alegría; la alegría de reconocer la presencia de Dios entre nosotros a través de gestos de ofrenda, generosidad, ayuda mutua y solidaridad; la gente nos confía su lucha por la supervivencia, por mantener la fe, por dar testimonio de Dios, por seguir siendo cristianos en esta tierra. En nombre de esta fe en Dios, muchas otras personas, asociaciones, grupos y voluntarios ofrecen su apoyo para ayudar, participar, dar y compartir. A menudo, visitantes y amigos nos preguntan: ¿Qué podemos hacer para ayudar? ¿Cómo puedo ayudar? Estas preguntas me animan a encontrar tiempo y medios para ayudar a otros, para aliviar su sufrimiento y para infundirles valor y esperanza.

Inmaculado Corazón de María, inspíranos para que encontremos palabras y gestos que protejan la vida, que devuelvan la vida, que nos hagan amar la vida, pues la vida es un regalo de tu Hijo. Haz que estemos llenas de creatividad y alegría de vivir, para que reflejemos la belleza y la bondad de la Santísima Trinidad que tú has acogido en tu corazón puro.

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