Los cubanos miran con especial cariño a las Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha, a quienes llaman “las sanchinas”, porque siempre están presentes cuando se necesita ayuda. Esta congregación nació en la isla en 1869 con la misión de asistir a pobres inválidos y niños en situación vulnerable. Con el tiempo, su labor se ha extendido a la educación de niños, adolescentes y jóvenes, así como al acompañamiento de familias, ancianos, escuelas laborales y a la pastoral en parroquias.
En la ciudad de Camagüey, la tercera más importante de Cuba, dos hermanas sanchinas —sor Isabel y sor Leonida— desarrollan su misión con el apoyo de Ayuda a la Iglesia Necesitada Perú (ACN). Su trabajo recuerda el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, en medio de la grave crisis que atraviesa la isla. En la comunidad María Inmaculada, estas religiosas logran multiplicar tiempo y recursos para atender a niños, jóvenes, ancianos, enfermos y sus familias. Detrás de sus sonrisas, se esconde una realidad marcada por la lucha diaria y una esperanza que solo la gracia de Dios sostiene.
Camagüey, con 300.000 habitantes y un elegante centro histórico declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad, sufre una profunda crisis económica. La escasez, la inflación desbordada y la pérdida del poder adquisitivo han dejado a muchas familias en la precariedad. Es común ver largas filas para conseguir alimentos o medicamentos, aunque en ocasiones la gente vuelve a casa con las manos vacías.
Las hermanas comparten el sufrimiento de las madres que no pueden alimentar a sus hijos, de los ancianos sin acceso a medicinas y de los jóvenes que ven en la migración su única salida, un éxodo constante que amenaza con dejar al país sin los brazos y las mentes necesarios para reconstruirlo. En este contexto, su presencia es un signo de esperanza, una muestra de que el amor de Dios nunca abandona, incluso en medio de la adversidad.
Ellas mismas viven con lo mínimo, ya que las restricciones económicas limitan las posibilidades de autoabastecimiento. Sin la ayuda de la Providencia y la generosidad de muchas personas, no podrían sostener esta labor apostólica. Con creatividad, estiran al máximo los recursos que reciben para cubrir las necesidades más básicas.
Suelen recordar las palabras de san Juan Pablo II a los sacerdotes y religiosos durante su histórica visita a la isla en enero de 1998:
“No pierdan la esperanza ante la falta de medios materiales para la misión, ni por la escasez de recursos, que hace sufrir a gran parte de este pueblo. Prosigan acogiendo la invitación del Señor a trabajar por el Reino de Dios y su justicia, que lo demás vendrá por añadidura.”
Siguiendo este consejo, sor Isabel y sor Leonida impulsan proyectos como la guardería “Amiguitos de Sancha”, que atiende a catorce niños de entre uno y cuatro años, provenientes de familias vulnerables. Sus madres deben salir a trabajar y no tienen con quién dejarlos. Las religiosas también acompañan a los abuelos y a los jóvenes matrimonios, sumando una comunidad de 78 personas.
Gladys, quien trabaja en la guardería, comenta:
“Colaborar con las hermanas me ha enseñado a perdonar, a amar más al prójimo, a compartir lo poco que tengo y a sentirme segura, porque Dios, que es nuestro Padre, está conmigo y nunca nos abandona. Hoy soy una persona de fe, hoy tengo vida porque confío en el Señor… y eso se lo debo a la gracia de haber llegado a la vida de las hermanas, y de que ellas hayan llegado a la mía.”
Los padres de Diego y Beatriz afirman que las religiosas enseñan a los niños a ser independientes e integran a las familias. Roberto y Pilar, padres de Alaia, aseguran que les han ayudado a ser “una gran familia”. Aunque su hija lleva solo siete meses en la guardería, notan grandes cambios:
“Allí le enseñan valores, a amar y respetar a Dios, a compartir con sus amigos, a comer sola, a ser más independiente y, desde que está en la guardería, habla un poco más.”
Además, las hermanas colaboran con la parroquia e imparten talleres de manualidades que refuerzan programas de desarrollo humano y formación en valores. Han formado a unos 20 coordinadores de la pastoral de la salud, quienes las acompañan en visitas a enfermos para llevar consuelo espiritual, alimentos y medicinas. Cuando tienen recursos para el transporte, también viajan a comunidades alejadas donde muchas personas no conocen a Dios.
Lourdes, una de las colaboradoras, cuenta:
“Me enseñaron a hacer manualidades y a enfrentar con alegría y fortaleza las dificultades de la vida. Con su ejemplo, me enseñaron a vivir la fe, a amar a los más necesitados y a ayudar sin esperar nada a cambio. Todas las actividades me llenaban de esperanza y amor.”
Marlene recuerda:
“Perdí a mi esposo después de 27 años de matrimonio. Quedarme sola fue muy doloroso. Las hermanas han sido ese bastón que me apoya, me aconseja y me anima. Me han hecho feliz al invitarme a visitar a los enfermos, porque eso me motiva a vivir con fe y entusiasmo.”
Alicia, que lleva diez años colaborando con las hermanas, afirma:
“Visito con mucha alegría a los enfermos, y a través de ellos descubro a Dios actuando en los sencillos y humildes. Todo lo que he aprendido con los pobres y necesitados, se lo debo a ellas.”
Las religiosas también acompañan espiritualmente a diez jóvenes y quince adolescentes mediante encuentros, talleres y catequesis. Anyelis, del grupo juvenil, expresa:
“Con ellas aprendí quién era ese pedacito de pan, lo que es un retiro, una misión. Me han acompañado en mi camino de fe, guiando siempre mis pasos. Las hermanas sanchinas representan la sencillez y la huella de una historia cubana, y me muestran que en la pobreza y el servicio a los más necesitados está la alegría de servir. Como joven cubana, creo que eso es imprescindible en mi país.”
Por su parte, Yénifer, de 13 años, confiesa:
“Estaba pasando por momentos muy difíciles. Ni mis padres ni mis hermanos me entendían. Me volví muy rebelde, pero al participar en los grupos que dirigen las hermanas, sentí que me querían, valoraban, apoyaban y ayudaban. Me siento feliz porque me motivan a encontrarme con Jesús.”
Ayuda a la Iglesia Necesitada Perú (ACN) apoya a las Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha en las diócesis de Camagüey, La Habana y Santiago de Cuba, para fortalecer la presencia de la Iglesia en los sectores más vulnerables y garantizar la continuidad de la labor que estas religiosas realizan en la isla.