Más de treinta organizaciones, entre ellas la Comisión de Justicia y Paz de la Conferencia Episcopal Pakistaní, esta última apoyada por la fundación internacional Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), han instado al Gobierno a reunir los datos sobre casos de conversiones forzosas para presentárselos al Parlamento.
El número de casos de conversión forzada en Pakistán está aumentando a un ritmo peligroso. En un informe presentado en julio al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, el Centro para la Justicia Social (CJS) de Lahore presentó 78 casos de conversión forzada en 2021. Un número sustancialmente mayor de casos no se denuncia y, por tanto, no queda registrado.
Asif Aqeel, subdirector del Centro para la Ley y la Justicia (CLJ), dijo a ACN, que está convencido de que estos esfuerzos no llevarán a ninguna parte hasta que se ponga el foco en la amenaza de los secuestros de menores de edad y los matrimonios forzados. Aqeel sostiene que el uso de los términos secuestro de menores y matrimonio forzado en lugar de conversión forzada garantizará una mayor posibilidad de justicia.
Obligada a convertirse al islam y a casarse
Uno de los casos es el de la niña cristiana Mehwish Bibi,rescatada de su secuestrador, un vecino musulmán que la obligó a convertirse al islam y se casó con ella por la fuerza.
La vida de Bibi ha mejorado desde octubre de 2021, cuando un tribunal le concedió el divorcio de Muhammad Imran, un hombre en la cuarentena, por su “comportamiento duro y cruel”.
La pesadilla de los meses pasados en cautiverio aún atormenta a esta niña de 14 años de edad, hija de un matrimonio cristiano pobre de Sheikhupura, a unos treinta kilómetros de Lahore, la capital provincial de Punjab. Su padre es obrero y su madre empleada doméstica, pero debido al mal estado de salud de su madre, la propia Bibi había empezado a trabajar como criada con un salario mensual de 2.000 rupias (unos 9 dólares).
El 4 de agosto de 2021, Imran se ofreció para llevarla al trabajo. “Me ofreció un refresco con algo dentro, y no sé qué pasó después”, narra Bibi. Imran la llevó a Sargodha, a 137 kilómetros de su pueblo natal, y la retuvo dentro de una furgoneta. Una semana después, el secuestrador presentó ante el tribunal local los documentos de conversión y matrimonio. “Yo me resistí en todo momento, pero solía ponerme algo en la comida. Además, me pegaba”, cuenta Bibi.
Sus padres pidieron ayuda a la organización Christians’ True Spirit (CTS) con sede en Lahore, que solicitó la disolución del matrimonio de Bibi ante el tribunal de familia. Ahora, Bibi lleva casi un año viviendo en el centro de acogida de la CTS. Este edificio de dos plantas, situado en un concurrido bazar, alberga, entre otras, a ocho mujeres víctimas de secuestros de entre 13 y 60 años de edad. Aunque ahora esté a salvo, Bibi a menudo tiene pesadillas.
Tristeza, ansiedad y fobias
El año pasado, la psicóloga Aghania Rafaqat, del CTS, empezó a realizar sesiones quincenales con las residentes. “Mis pacientes reaccionan de forma diferente. Algunas se vuelven agresivas y otras tienen frecuentes ataques de llanto. Experimentan una profunda tristeza y están muy angustiadas por su futuro. Sus pesadillas suelen desembocar en fobias”, explica Rafaqat.
Así, durante mucho tiempo Bibi tenía miedo a los hombres que acudían al centro de acogida donde ahora vive: “Me aterrorizaban los electricistas y fontaneros que llegaban para reparar algo”, cuenta Bibi a ACN).
La psicóloga afirma que las víctimas como Bibi nunca pueden recuperarse del todo porque los trágicos sucesos ocurridos a una edad tan temprana se convierten en parte de la memoria permanente. “No pueden olvidar los traumas. Como psicóloga sólo puedo ayudarlas a aceptar la situación y a seguir adelante con su vida”, añade. La estrategia de Rafaqat incluye varias pruebas psicológicas, pero también una dimensión espiritual. “Cogerles de la mano y rezar con ellas también ayuda”, subraya.
Katherine Sapna, católica y directora de la CTS, explica que, tras sus terribles experiencias, las niñas no regresan inmediatamente a vivir con sus padres porque siguen recibiendo amenazas de sus secuestradores incluso después de que un tribunal les haya permitido regresar con sus familias. Además, en muchos casos, y para evitar el estigma social, acaban viviendo escondidas o trasladándose a otro lugar. El centro de acogida es una alternativa bienvenida que, además, ofrece la posibilidad de aprender los oficios de sastre, cocinera y esteticista.
Violada y amenazada, pero a salvo en la actualidad
En enero de este año, Shumaim Lazir, una residente del centro de 14 años, fue raptada durante tres días y violada por dos musulmanes en Rahwali, una pequeña localidad a unos cien kilómetros al norte de Lahore. De momento, ya hay un acusado de 36 años apresado, mientras que el otro sospechoso sigue en libertad.
“Él quería casarse conmigo, pero yo no estaba dispuesta a abandonar mi fe. Cuando se enteró de las redadas policiales en la zona, me soltó una noche cerca de mi casa, amenazándome con matarme si hacía ruido”, cuenta Lazir, cuyo padre es conductor de tractor. En el centro de acogida Lazir está aprendiendo sastrería. “Quiero ayudar a mis padres e cosiendo en casa”, dice.
La CTS también acoge a quince alumnas de la escuela femenina de secundaria de San José de Lahore, una escuela católica dirigida por las Hermanas de la Caridad de Jesús y María: entre ellas hay cinco niñas cristianas, hijas de mujeres convertidas a la fuerza al islam, y diez niñas que trabajaban en fábricas de ladrillos.
Entre estas últimas se encuentra Sara Fayaz, de 12 años, nacida de madre cristiana y padre musulmán. Cuando Sara fue violada por su padre, su madre, que había sido secuestrada en 2007 y convertida al islam a la fuerza, decidió escapar con ella.. También su hermana menor fue violada por uno de sus primos paternos. “Mi padre pegaba a mi madre”, cuenta esta alumna de sexto curso con lágrimas en los ojos. Sara está decidida a convertirse en médico para ayudar a los demás.